6.- ¿Qué fue de… Mortadelo y Filemón?

En esta ocasión me ha resultado muy fácil, hasta el punto de que la labor de investigación ha sido prácticamente inexistente. Los dos agentes de la T.I.A. (Técnicos de Investigación Aeroterráquea, como sin duda recordaréis) continúan en activo, y la exclusiva de sus aventuras la tiene un tal Francisco Ibáñez, que es quien nos informa puntualmente.

Entiendo que eso no basta para satisfacer la curiosidad de los lectores y, lo que es más importante, para ganarme el sueldo, por lo que decidí ampliar la información. Me dirigí a las oficinas centrales de la T.I.A. y solicité una entrevista con alguno de ellos. Ante mi sorpresa, sin tener que esperar, me hicieron pasar al despacho de Filemón Pi, y la conversación fue como sigue.
— Es un honor estar frente a alguien tan conocido.
— No es para tanto. Hago mi trabajo lo mejor que puedo, nada más.
— Incluso así, le aseguro que me impresiona. Estoy un poco nervioso.
— Tranquilo, que no me como a nadie… Tómese esta infusión, que seguro que le relaja.
— Está muy buena. ¿De qué es?
— No lo sé. Es una mezcla de hierbas que ha preparado el profesor Bacterio…

Escupí lo que quedaba de forma instintiva. Traumas de la infancia, supongo.
— A nuestros amigos les gustaría saber algo de ustedes, pero algo que aún no se haya publicado.
— El problema es que la exclusiva de nuestras aventuras la tiene…
— Lo sé, lo sé. Pero no me intereso por sus aventuras, sino por algo… distinto. Curiosidades personales, su vida privada… Lo que sea.
— No me parece correcto, y podríamos caer en un problema legal.
— Asumo las consecuencias. Le aseguro que todos pensarán que es algo inventado. De esa forma, no hay ningún riesgo, ¿no?
— Supongo que no. ¡En fin! ¿Qué quiere saber?
— En primer lugar, se me ocurre que nunca entendí el porqué del rechazo de su compañero Mortadelo hacia la secretaria del Súper, Ofelia. Si era una chica bien maja que le quería mucho… ¿Era sólo por esos kilos de más?
— Se trata de un asunto muy personal, y no estaría bien que hablara por él, aunque tiene suerte, pues me consta que ya no le importa que se sepa.
— ¿Que se sepa? ¿El qué?
— No es que no le gustara Ofelia. Es que no le gustaba ninguna chica.
— ¿Quiere decir que…?
— En efecto, no hace falta que lo diga. Durante un tiempo fue muy amigo de don José.
— ¿Don José?
— «Eran dos tipos requetefinos, eran dos tipos medio ‘chiflaos’, eran dos tipos casi divinos…» Don José, quien a su vez fue amigo de don Pepito. Seguro que ha oído hablar de él…
— Sí, claro, pero nunca hubiera pensado…
— No era tan difícil. Piense, por ejemplo, en su afición a disfrazarse.
— Hombre, visto así…
— Llegó un momento en que decidió contar la verdad a Ofelia. Ella lo superó, y después se fijó en mí. Y yo… bueno, podemos decir que salimos juntos, aunque aún no es oficial.
— Pues me alegro mucho por ustedes, pero… ¿y Mortadelo?
— Ahora tiene muy buena relación con Bacterio. Ya sabe, el roce hace el cariño. Pero eso no quiere decir que se atreva a probar los inventos del profesor. Por cierto, tiene mala cara. ¿Usted tenía esas manchas de color rosa fosforito antes de tomar la infusión?
— ¿Manchas? ¡Yo no tenía ninguna mancha!
— Bueno, no importa. Seguro que se le quitan pronto. Pero debería operarse esas orejas tan puntiagudas. No le favorecen nada.
— ¿Puntiagudas?
— ¿No lo sabía? Entonces también serán efecto de… Bueno, no importa. ¿Quiere saber algo más?
— Algo del Súper estaría bien, para completar…
— Eso sí que no. El superintendente Vicente es mi superior directo, y si llegara a saber que me he ido de la lengua y he sido capaz de traicionar la confianza que depositó en mí cuando me dijo que… ¡Uy! He estado a punto de decirle que aún duerme con chupete, como cuando era un bebé. A pesar de su bigote.
— No, mejor que no me lo haya dicho. Cosas así prefiero no saberlas. Lo felicito por su discreción, y me marcho antes de que diga algo de lo que luego se pueda arrepentir.

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