17.- Lo que queda al despertar 3: El retorno.

La mañana resultó especialmente pesada. Cuando el reloj marcó la hora de salir, Francisco dio un suspiro de satisfacción que significaba «¡Por fin!», se despidió de sus compañeros de trabajo y sonrió al ver a Carolina esperándolo en la calle.
— ¿Qué haces aquí?

Por toda respuesta obtuvo un beso en los labios, que él devolvió gustoso.
— Te invito a comer. ¿Te apetece?
— ¡Claro!

Mientras se dirigían al restaurante, Francisco decidió no andarse con rodeos.
— Me tienes que contar a qué se debe este cambio de opinión…
— Es que decidí que me había equivocado planteándolo así.
— ¿Equivocado?
— Puede que esa no sea la palabra más adecuada. Pensaba (y sigo pensando) que había dos cosas que podían hacernos daño si iniciábamos una relación. Pero no esperaba que te retiraras de esa forma…
— Yo soy así…
— Pues no me lo esperaba. Quería pasar la pelota a tu tejado, pero tú la devolviste muy rápido al mío.
— Y entonces me mandaste ese mensaje que firmaste como «La Bucanera del Pisuerga». No fue difícil saber que era tuyo: Lo único que tenía que hacer era comparar las direcciones IP. Tenía la tuya, ¿recuerdas? Me hizo mucha gracia, y acepté la cita suponiendo que irías tú. Pero me tienes que explicar quién rayos es Amanda.
— ¿Amanda? Mi mejor amiga.
— ¿Y por qué fue ella a la cita?
— Pues… eso no era lo que había previsto. Pero unos cuantos mojitos dejaron que me convenciera, y aún no entiendo cómo acepté. Me pareció que podía ser divertido… aunque ahora no habría aceptado ni loca. De todas formas, jugaba con ventaja.
— ¿Con ventaja?
— Sí, claro. Porque tú sabías que el mensaje te lo había mandado yo, ¿no?

Francisco soltó una carcajada que resonó en todo el restaurante. Era un sitio pequeño. Aún no se habían sentado en sus asientos, y ya estaba todo el mundo mirándolos. Su sitio estaba entre una pareja muy estirada y una joven con un gorro de punto.
— Entonces… ¡tú sabías que miraría la dirección IP de «La Bucanera»!
— ¡Claro! Si lo hiciste con mi mensaje, lo lógico es que también lo hicieras con ése…
— Entonces, lo que estabas haciendo de forma «anónima» era…
— …Decirte que no quería que fuéramos sólo amigos, reconocer mi error, y pedirte una nueva cita. Y cuando aceptaste, entendí que te habrías dado cuenta de eso.
— No estaba seguro. Era una posibilidad, pero siempre que hago alguna suposición, termino equivocándome; así que he optado por no suponer nada.
— Pues me parecía bastante evidente…

El camarero los interrumpió llevándoles la carta, y cuando hubieron elegido lo que comerían y volvieron a quedarse solos, Francisco la besó por encima de la mesa, ante la mirada incómoda de los vecinos. Justo en ese momento sonó el teléfono de Francisco. La mujer del gorro de punto reconoció la melodía: Eran los primeros compases de «La Campanera».

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