50.- La caja de Pandora.

Una vez en el hotel cené solo, rápido y poca cantidad, y me fui a dormir. Me preguntaba si mi subconsciente tendría más cosas que contarme. Y soñé cosas que recordé al día siguiente, y acaso otras que nunca nadie recordará, ni siquiera yo.

En mi primer sueño apareció una chica joven que se acercó a mí con algo en las manos.
— ¿Quién eres?
— Me llamo Pandora.
— Sí, pero ¿quién eres?
— Yo fui la primera mujer.
— Pensaba que la primera mujer fue Eva.
— No en la mitología griega. A mí me creó Zeus, y dicen las malas lenguas que fue para meter los males en la vida de los hombres.
— Ah, no lo sabía. Pues qué simpático Zeus… ¡Menos mal que es sólo una leyenda! O qué simpáticas las malas lenguas… Claro que, ahora que lo pienso, también Eva es acusada de lo mismo por convencer a Adán para que comiera la fruta prohibida…
— En fin, polémicas aparte, tengo algo para ti.
— ¿De qué se trata?
— Quiero que me guardes esta caja y no la abras por nada del mundo.
— ¿Por qué?
— Por nada del mundo.

Puso la caja en mis manos, y cuando volví a mirarla había desaparecido. Quiso la fatalidad que la caja resbalara de mis manos, abriéndose durante la caída. Entre destellos luminosos pude distinguir unas imágenes que salían: el fantasma de la curva, platillos volantes, los hombres de negro, la Santa Compaña, el hombre salvaje, sueños premonitorios, el gafe, vampiros, el genio de los tres deseos, el Holandés Errante… y así docenas de ellos, hasta Ulises.

Por suerte, la tapa se cerró al llegar al suelo, pero dio un pequeño rebote antes de quedar definitivamente cerrada, y en esa media apertura salió un ser extraño, similar a un perro, de color gris, con el hocico alargado y lleno de dientes que no pude identificar. Con movimientos ágiles se escondió tras la caja de donde acababa de salir.

No fui capaz de acercarme a la caja para recogerla del suelo. Todo se oscureció gradualmente, y el sueño terminó. Un sueño extraño, sin duda, como si perteneciera a otro universo.

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