46.- La secta.

Unos golpes rítmicos en la puerta de la habitación me despertaron y la luz de la mañana me deslumbró. Al entreabrir la puerta con precaución escuché atentamente. Era la señora que arreglaba las habitaciones, y no parecía haber ni rastro de las participantes en la convención. La dejé entrar mientras terminaba de recoger mis cosas, con ánimo de marcharme pronto y recuperar, por fin, mi coche.

La miré más detenidamente y noté que tenía muy marcadas las ojeras, y signos evidentes de preocupación y llanto reciente.
— ¿Se encuentra usted bien?
— Sí, no es nada. No quiero molestarle con mis problemas.
— No me molesta. Si quiere hablar, seguro que le beneficia.
— Es mi hijo. Últimamente está muy raro. En clase saca peores notas, ha cambiado de amigos, se viste raro…
— Será cosa de la edad. En algunos momentos de la vida pasan esas cosas. Lo importante es que no se descentre en los estudios.
— Sé que lleva revistas a casa a escondidas. Pero no me deja verlas. Pensará que no lo apruebo…
— ¿Qué revistas?
— Lo ignoro. He notado que se le marcaban ocultas entre la ropa, pero no puedo saber qué ponían. Y no quiero registrar su habitación…
— No estaría bien, aunque es importante saber si está metido en algo turbio.
— Además, muchos días vuelve tarde, y los fines de semana apenas le veo el pelo. Antes no hacía nada de eso. Era un chico ejemplar. Ahora, cuando vuelve a casa, nunca sé cómo llegará. Unas veces está completamente hundido, y otras demasiado exaltado. He tratado de informarme, y me dijeron que podría estar tomando algún tipo de drogas. O eso, o que haya caído en las redes de alguna secta. O las dos cosas, porque no son incompatibles.
— Vaya, comprendo su preocupación. ¿Y ha tratado de hablar con él?
— Pues verá, nunca fue muy comunicativo, y lo respeto. Pero un domingo que vino especialmente deprimido y sin siquiera saludar se metió en la cama, ya no pude más y le pregunté. «Tú no lo puedes entender», me respondió.
— ¿Y nada más?
— No me contenté con eso, y seguí preguntando. «¿Qué es lo que no puedo entender?, prueba a contármelo…», pero él se resistía, alegando que por decírmelo no cambiarían las cosas. Insistí un buen rato, y aunque al final conseguí que hablara, él tenía razón, no le comprendí.
— Pero… ¿qué dijo?
— Sólo cinco palabras antes de romper a llorar: «Nos han metido cinco goles». ¿Usted lo entiende? ¿Qué puedo hacer para recuperar a mi hijo?

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