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Cuando Francisco se volvió a conectar, encontró un mensaje de Carolina:

El mensaje anterior me ha dejado SIN PALABRAS. Muchas gracias, es precioso.

Y otro:

¡¡¡¡Ah!!!! Después de leer tus impresiones mi ego ha engordado como 3 ó 4 kilos.
Me estoy empezando a enganchar a esto del correo…

Y otro más:

Toc, toc… ¿se puede?, no quiero molestar, estás tan ocupado… trabajo, libros, internet… ¡qué locura!, pero creo que en el «no tan fondo» te gusta; de no ser así no pondrías tanto entusiasmo, ese entusiasmo se deduce de la lectura de tus relatos… ¿me equivoco? Ahora me pregunto, sobre tu mensaje, qué tiene de real y qué de literario…

Como es lógico, se dibujaron tres sonrisas consecutivas en su cara, y respondió.

Todo es real, al menos como yo lo veo… Eso sí, me gusta escribir las cosas de una forma cuidada, pero lo importante sigue siendo su significado. Es cierto que estoy muy ocupado, y que me gusta estarlo, pero eso no me quita de descansar lo necesario. Por ejemplo, este fin de semana estoy solo. Aunque te toque estar con tus hijos, ¿tendrías un ratito para mí?

Carolina aceptó encantada. De hecho, pensaba proponerlo ella, pero Francisco se le había adelantado. Aquel mensaje lo había cambiado todo. Lo había leído mil veces, se lo había aprendido de memoria, y si era cierto que Francisco sentía lo que había escrito… le parecía demasiado bonito para ser verdad. Demasiado bonito para que le ocurriera a ella.

Llegó el fin de semana y, según lo acordado, Francisco la recogió con su coche para llevarla a un bar que él propuso, donde no habían estado nunca. Era un sitio muy agradable, con la música al volumen adecuado, velitas en las mesas, y unos curiosos bancos realizados con lo que parecían ser cabeceros de cama reutilizados. Se sentaron en uno de ellos, mientras disfrutaban de la vista del bonito jardín exterior, junto al río.

Fue la continuación lógica de la cita anterior. Hablaron de sus cosas, se contaron anécdotas, como aquella de la pescadería, cuando Carolina mandó callar a todos, antes de dejar de pensar en las cosas que le preocupaban y darse cuenta de que no estaba en su aula. Rieron de la situación, de la vergüenza que pasó Carolina, y se olvidaron, por unas horas, de todas esas preocupaciones.

El sonido del teléfono de Francisco atrajo la atención de ambos. Había llegado un mensaje. Carolina se separó para evitar que Francisco pudiera sentirse incómodo al leerlo. No entendió, sin embargo, la cara de extrañeza que puso. Luego la miró, volvió a mirar la pantalla, y se lo enseñó.

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Ambos miraron esas letras intentando desentrañar su significado. Entonces Francisco alejó el teléfono y vio que ella le miraba, y se alegró al comprobar que no se apartaba mientras él acercaba su cara para besarla. Ese primer beso fue seguido por unos cuantos más y luego, más tarde, pasearon como quinceañeros por el puente, sobre el río, cogidos de la mano, mirando cómo fluía el agua. Más besos, abrazos, caricias, alguna pregunta intrascendente, nada y todo a la vez, y esa sensación de que el tiempo se había detenido y los había llevado de vuelta a la adolescencia.

Sonrieron cuando Francisco recibió otro mensaje disculpándose por el anterior: No era para él. Se alegraron del error, había puesto las cosas más fáciles. Carolina confesó que, si él no la hubiera besado, lo habría hecho ella, al despedirse.

Cuando al fin se separaron, cada uno seguía en la mente del otro. En su mente y, tímidamente, en su corazón.

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