5.- Primera cita.

La mujer de la mesa del fondo abrió el bolso y extrajo una cartera, y de ella un billete que depositó sobre el platillo en que le habían llevado la cuenta. La oreja de Francisco seguía pendiente de su teléfono, cuando a su espalda le llegó el sonido de otro. Se giró.
— ¿Eres Francisco?
— Y tú Carolina, supongo. Pensé que ya estabas aquí cuando me llamaste…
— No, estaba llegando. Como tú…

Hubo un momento de silencio, seguido de dos risas.
— Esto es muy raro…
— Rarísimo.
— Es la primera vez que quedo con una chica de esta forma.
— Y yo. He estado a punto de no venir.
— Me alegro de que lo hayas hecho.

La sonrisa no se borraba de sus rostros. «¿Qué quieres tomar?», «Elige mesa», «Deja que pague», frases convencionales que les llevaron a sentarse junto a la pared, ni cerca ni lejos de la entrada, en una mesa con bastante luz.
— Bueno, cuéntame: ¿A qué te dedicas?
— Soy profesora de primaria. Me gustan pequeñitos… Aunque los míos ya son mayores.
— Yo soy diseñador industrial. ¿Tienes hijos?
— Dos, Pablo y Mercedes, de doce y catorce años.
— ¿Pablo? El mío también se llama así, y tiene catorce años.
— ¡No! ¿Sí? ¡Qué casualidad! Este fin de semana están con su padre. Me divorcié hace cuatro años.
— Yo me separé hace seis meses…
— Eso es muy poco tiempo. ¿Qué tal lo llevas?
— Bien. En realidad llevamos separados mucho más, sólo que no lo habíamos materializado. Ha sido todo muy civilizado. Una suerte, considerando el genio que tiene mi ex…

Continuaron hablando, descubriendo cosas que tenían en común: autores favoritos, aficiones, e incluso la fecha de su cumpleaños, que sólo se diferenciaba en dos días, pues ella había cumplido años el día 25, y Francisco el 27. Él se sorprendió al descubrir que sólo era un año mayor que Carolina.
— ¿Me creías más joven? Me lo suelen decir.
— Yo diría que aparentas treinta y dos.
— No exageres…

Decididamente se encontraban muy cómodos hablando, como dos viejos amigos. El tiempo voló entre sonrisas y confidencias, hablaron de sus trabajos, de ‘blogs’, de vacaciones, de hijos, de divorcios… hasta que la vejiga de Francisco solicitó una pausa. Al abrir la puerta del servicio se dio de bruces con la mujer de los rulos, que salía de él. Francisco se disculpó, y se dirigió a la otra puerta, pero comprobó que no se había equivocado. Ella era en realidad él, y estaba con su pareja. «Con razón no me gustaba», pensó, riéndose de su error.

Volvió junto a Carolina, a quien hizo partícipe de su metedura de pata, incluyendo la coincidencia de su llamada con la toma del bolso que entonces quedó claro que no era suyo. Abandonaron riendo el Café España, y decidieron aprovechar la temperatura tan agradable que hacía dando un paseo.
— ¿Te puedo hacer una pregunta?
— ¡Claro!
— Desde que te divorciaste, ¿no has conocido a nadie? Quiero decir…
— Verás, mi ruptura fue traumática, y tardé bastante tiempo en superarlo. Ahora soy dueña de mi vida, y no pienso perder mi independencia por nada.
— No sabes cómo te comprendo. Aunque mi caso no ha sido tan duro, podríamos decir que nos separamos por un desgaste continuo; y si lo retrasamos más fue por nuestro hijo, hasta que nos dimos cuenta de que él estaría mejor si no seguíamos juntos. Y así ha sido, estamos mucho más tranquilos, y él también. Los enfados de mi ex son una broma comparados con los de antes. Yo también he vuelto a tomar mis propias riendas, y tampoco pienso dejarlas.

Se despidieron con dos besos en las mejillas.
— Quiero que sepas que lo he pasado muy bien. Tu naturalidad lo ha hecho todo muy fácil.
— Yo también he disfrutado. Y, si quieres, me gustaría repetirlo.
— A mí también, así que no se hable más.

De improviso, en el teléfono de Francisco empezó a sonar «La Campanera».

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