Domingo, 10 de abril de 2.011.

Tras llevar a los niños con su madre, como correspondía, con la tranquilidad de haberme quedado solo, procedo a anotar algunos recuerdos o asociaciones de ideas que he tenido desde que apunté la anterior entrada en este diario.

Hace unos meses, creo que fue en verano, volvió un día mi cuñado de pasear a Duna, la perra, y me comentó que había visto unos huesos que le parecían humanos. Como estaban en una viña muy cerca de aquí, me acerqué con él para verlos personalmente.

Encontramos tres o cuatro, tirados por el suelo, mezclados con tierra reseca y piedras. Me parecieron muy pequeños para ser humanos, y enseguida pensé en una oveja. Recuerdo que le comenté que, si no habían sido de un animal, tendrían que haber pertenecido a un niño. Había uno que me pareció un fémur, aunque mi experiencia con huesos es mínima.

No había vuelto a acordarme de aquello, hasta que hace unos días establecí la posible asociación entre aquellos huesos y el espectro del niño. Ignoro si tendrán algo que ver. He vuelto a la viña para intentar localizar de nuevo los restos óseos, pero no lo he conseguido.

Estaba escribiendo esto, con la enorme casa en completo silencio, cuando se ha oído claramente un golpe, como de algo que caía al suelo. Armado con un objeto contundente improvisado, he recorrido la casa de arriba a abajo. Se han dado pequeños hurtos en casas del vecindario. Sin embargo, no sólo no había nadie más, sino que tampoco he sido capaz de encontrar el origen del ruido. Estoy completamente seguro de que ha sonado dentro de casa, en algún lugar bastante cercano. Por supuesto, todas las puertas estaban cerradas con llave.

¿Lo he oído, o se lo ha inventado mi cerebro? ¿O acaso el niño ha querido decirme que hacía bien en buscar esos huesos?

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