22.- Cupido.

Aún seguían cantado las niñas cuando alguien me habló.
— No se preocupe por ella. No ha llegado su momento.
— Eso esperamos todos.
— No, yo no lo espero: Yo lo sé.

Lo miré extrañado, sin comprender lo que quería decir.
— Perdone, pero nadie puede conocer el futuro.
— Creo que he hablado demasiado. Se me hace tarde, me tengo que ir…
— No, espere un momento, si no le importa. ¿Qué ha querido decir? ¿Quién es usted?
— Es que me esperan para…
— No puede dejarme así. Si es un secreto, le aseguro que mis labios estarán sellados.

(De mis dedos no dije nada, por si lo que me contaba era interesante y merecía la pena compartirlo con mis lectores).
— Bueno, siendo así… ya que he metido la pata, al menos le sacaré de dudas. Soy un ángel.
— ¡Venga ya! ¿Un ángel de la guarda?
— No, sólo un ángel, a secas. ¿Ve como no debía habérselo contado?
— ¿Le extraña que no le crea? Uno no se encuentra con ángeles todos los días.

Una enigmática sonrisa salió de sus labios.
— Bueno, somos más de los que usted piensa. Pero no lo divulgamos.
— Aparte de los ángeles de la guarda, que se supone que todos tenemos el nuestro, no conozco ningún ángel con nombre propio.
— ¿No? ¿Está seguro?
— Déjeme pensar… ¿Los arcángeles también cuentan? Rafael, Miguel y Gabriel, de ellos sí me acuerdo. Pero el único ángel que conozco, aparte de ellos, es Cupido, el de las flechas del amor. Y usted no tiene mucha pinta de…
— ¡¿Por qué no he de tener pinta de Cupido?! ¡¿Qué pinta tiene que tener Cupido?!
— No se ponga usted así, no era mi intención…
— ¡¿Que no me ponga así?! ¡¿Y cómo quiere que me ponga?!

Respiró hondo, y comprendió su salida de tono.
— Le ruego que me disculpe, ha sido involuntario. En efecto, no soy Cupido. Sólo soy su sustituto durante las vacaciones. Y me tienen a prueba.

Mi ceja derecha se elevó desmesuradamente mostrando mi escepticismo. Aquel individuo no podía estar reemplazando al regordete de las alitas. ¡Pero si parecía que trabajaba en un banco!
— ¿Por qué no puedo aspirar a esa función? Me encanta repartir felicidad. O me encantaba, porque ahora no lo tengo tan claro. No es que no me guste, que siempre es gratificante. De lo que no estoy seguro es de servir para ello. Le voy a contar mi primera actuación. Imagine la escena: Ella, escultural, una belleza, inteligente, culta, modelo de lencería… Él, doctorado en Ciencias Exactas, cuerpo modelado en gimnasio, educado, buena persona…
— Hacían buena pareja, ¿no?
— Eran perfectos, nunca lo había tenido tan claro. Disparé hacia ella.
— Un momento, ¿lleva arco y flechas?
— No, yo uso cerbatana. Es más discreta. Decía que le disparé a ella, y acerté. Rápido me volví y apunté con cuidado al chico.
— ¿Qué ocurrió?
— Que fallé. Le di a un señor mayor que estaba metiendo un maletín lleno de dinero en el maletero de su descapotable. La chica se fue con él, encantada.
— Bueno, dentro de lo malo… podía haber sido peor.
— Es que fue peor. Nervioso como estaba, disparé un par de veces más, tratando de remediar el estropicio. La primera dio en el blanco, y acertó en el chico, como pretendía. La otra pasó de largo, e impactó en un transportista con bigote que estaba moviendo un piano de cola. Ambos se miraron sonrientes. Yo salí corriendo, asustado, y no quise saber nada más. Esperaba una reprimenda de mis supervisores, mas en su lugar llegó una felicitación. Las parejas que había unido iban a ser muy felices.
— No me lo puedo creer. ¿Entonces, cuál es el problema?
— ¿No lo comprende? Acerté por casualidad, no tengo ningún criterio. Me es imposible adivinar si dos personas harán buena pareja o no. En esas condiciones no puedo sustituir a Cupido en vacaciones. Habrá que esperar a que él vuelva para enamorarse. Yo no sirvo para esto. Así que puede decir a sus lectores que tengan un poco de paciencia.

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