21.- Alien.

Continuaba en la calle del Olmo cuando llegó a mis oídos un soniquete familiar: Unas niñas saltando a la comba mientras cantaban «… 3… 4… cierra la puerta…, 5… 6… coge el crucifijo…». Aún las estaba contemplando cuando una ambulancia se detuvo junto a mí.

El sanitario que descendió se dirigió al mismo portal donde yo acababa de estar, el número 36. No puedo evitar la curiosidad cuando veo detenerse una ambulancia en plena calle. No es morbo, deseo de corazón que no sea nada grave y esas personas se curen. En aquella iban dos asistentes y cuatro pacientes. No era una urgencia, parecía más bien algo rutinario, y supuse que estaban recogiendo al séptimo pasajero.

Pronto salieron del portal. Acompañaba al sanitario una chica bastante guapa, con marcadas ojeras, seguida de una señora mayor, que supuse su madre, y la mujer a quien yo acababa de acompañar. Esta última ya no hablaba.

Es difícil describir su expresión. No estaban tristes, ni resignadas. Tal vez… expectantes, o una mezcla de todo lo anterior. La chica se volvió y las miró, y se acercó un momento a ellas.

— Ven aquí. ¡Muah! ¡Muah! ¡Muah!

Dio a su madre tres besos cargados de contenido. Decían «No sufras por mí, yo estoy bien; yo puedo con esto y con más, pero no quiero que estés triste. Enseguida estaré en casa de nuevo. Cuida de ellos». Se dieron un abrazo tan intenso que su pelo se descolocó y comprendí que llevaba peluca.

Su amiga se me acercó al ver la atención que prestaba a la escena, y mucho menos locuaz que antes, me lo aclaró.

— Es Marisol, la hija de mi amiga. Tiene un tumor en el pulmón. La llevan a quimioterapia.

La ambulancia se marchó con sus siete pasajeros, y ambas ancianas volvieron a entrar al portal. Yo permanecí en la calle avergonzado de preocuparme por mi coche y por la crisis económica. Al otro lado de la calle, las niñas seguían jugando: «… 7… 8… mantente despierta…»

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