16.- El flautista de Hamelin.

– ¿Es usted Alan Rulf?

No me lo puedo creer, aquí no me conoce casi nadie.

– Sí, yo soy. ¿Cómo me ha encontrado?
– Tengo mis métodos.
– Pues usted dirá…

Ya que se había tomado tantas molestias para localizarme, lo mínimo que podía hacer era escucharlo, a pesar de ir vestido de verde y con un gorrito marrón en punta. Sí, su aspecto era extraño, pero ya me estaba acostumbrando a tales excentricidades en esa ciudad.

– Quiero ofrecerle mis servicios como exterminador.
– ¿Exterminador? ¡Yo no quiero exterminar nada!
– Le pido que me escuche. Yo antes eliminaba plagas de roedores. Eran mi especialidad. Pero los tiempos cambian, y la situación económica obliga a abrir nuevos caminos.
-¿Y?
– Pues que he decidido buscar la solución en las nuevas tecnologías.
– Perdone, pero no acabo de comprender…
– Si lo desea, puedo acabar con todos los ‘trolls‘ de sus comentarios.
– ¿’Trolls‘?
– Sí, esos usuarios prepotentes y maleducados que se dedican a sembrar la discordia y acabar con el buen ambiente que debería reinar en el ciberespacio.
– ¡Ya sé lo que son los ‘trolls‘! ¡Pero aquí no hay ninguno!
– Mire bien, alguno habrá.
– Que no, que todos son lectores muy educados y respetuosos, y no quiero que se vayan.
– ¿Seguro que no hay ni un ‘troll‘ chiquitito?
– ¡Ya le he dicho que no! No sé cómo hay que decirle las cosas…
– Perdone, no se ofenda. Me tenía que asegurar.
– Pues eso.
– También puedo acabar con todos los personajes extraños que aparecen por sus entradas. He visto que hay por aquí fantasmas, vampiros, hombres lobo, y algunos aún peores.
– ¡¿Qué?! Esto es el colmo.
– Piénselo bien, se quedaría todo encantador, como un anuncio de televisión.
– Vamos a ver, señor flautista: ¿Usted se ha creído eso de que todos somos iguales? ¡No señor! ¡Eso es una tontería! Todos somos distintos, y ¡viva la diferencia! Me vas a comparar al Fary con Kim Basinger, con lo bien que canta el Fary. No, en este ‘blog’ no sobra nadie. Ni siquiera mi doble, que mira que le he cogido tirria… Por no sobrar, no sobra ni usted. Pero déjese de impertinencias.
– No se enfade, que no era mi intención. Desde que salí de Hamelin, mis negocios no han ido muy bien.
– No me extraña. Debería reconsiderar su trabajo desde otra perspectiva más humana. Pero… eso es cosa suya.
– Puede que tenga razón. Lo pensaré. Y gracias por atenderme.

No se atrevió a tocar la flauta travesera mientras se alejaba. Un ratoncillo le miró divertido, antes de volver a meterse en la alcantarilla.

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